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A la izquierda Potosí y a la derecha Cochabamba, el río Caine es la frontera entre ambos departamentos...

15.4.15

Una fortaleza para princesas

Svetlana Salvatierra



Es un sábado soleado. No es fácil dar con Sayari Warmi, nombre cuya traducción del quechua es Levántate Mujer. Es el único centro transitorio de apoyo a víctimas de violencia sexual comercial y de trata y tráfico sexual de menores de edad en Cochabamba. No son niñas ni adolescentes en situación de calle con problemas de consumo de alcohol y drogas y tampoco son prostitutas ni trabajadoras sexuales.

Ya pasaron cuatro años desde que colocaron alambre de púas en todas las paredes. Evitar fugas o el ingreso de ladrones comunes no es el objetivo. Protegen un tesoro invaluable: niñas y adolescentes rescatadas en operativos policiales de las manos de quienes comercializaban sus pequeños cuerpos a hombres que pagaban por sexo con chiquillas.

La fachada de la casa no tiene cartel ni número, es otra forma de protección. Los detenidos en las redadas policiales no están solos y sus cómplices (no podrían llamarse de otra manera) son los que tratan de robar a las niñas rescatadas. Creen que si no hay prueba del delito entonces no habrá investigación y si recuperan el tesoro podrán seguir lucrando con ellas y obtener hasta mil dólares por día de los hombres que pagan por menores de edad. Acción penada por ley.

Se abre la puerta y una de las educadoras permite el ingreso previamente concertado. Una hora después de la entrevista con la hermana Micaela, de la congregación Adoratrices, y con el psicólogo, Carlos Pereira, dan el permiso para visitar las instalaciones pero aún no para conversar con las niñas. Orden y limpieza destacan en la sala de visitas, en los dormitorios y baños compartidos, cocina y lavandería. Ellas están descansando y viendo televisión en una sala común al lado del aula de computación. El recorrido termina en otra aula donde aprenden a hacer artesanías y reciclar papel y telas para elaborar delicadas cajas y adornos.

Aceptan el pedido de sacar fotos a las manos de las niñas mostrando sus trabajos artesanales. Luego de largos minutos un grupo de ellas entra y llena de risas el lugar; cuentan y muestran con orgullo lo que han estado haciendo. Se aseguran de que no saldrán en las fotos y piden verlas. Su deseo es cumplido. Sus novelas favoritas son las coreanas. Llaman pochochas a las gatas que viven en la casa. Vuelven a mostrar la capilla, la cocina, sus dormitorios y baños. “Ven, todo está ordenado”, repiten con orgullo. Saben que no tienen permiso de ingresar  a otros dormitorios que no sea el suyo; pero hoy son pocos minutos y se les permite porque acompañan al fotógrafo. Piden mostrar algunos de sus dibujos y quieren fotos de todos ellos, un deseo que no será satisfecho. Varios dibujos son demasiado íntimos y reflejan la violencia que vivieron. Deben volver a la sala común. Con fuertes y largos abrazos termina la visita a las niñas que rondan los quince abriles.


Hecha la ley, hecha la trampa. Desde el 2009, Sayari Warmi atendió a unas 200 chiquillas pero ninguno de sus casos llegó a juicio. Los motivos pueden inferirse: siguen las investigaciones, hay burocracia para las notificaciones, faltan pruebas, faltan recursos para investigar, hay exceso de trabajo de las autoridades policiales y judiciales, etc. Mientras tanto, las chiquillas aprenden a construir sus vidas sin violencia sexual y maltrato familiar y son protegidas con acciones educativas que les ayudan a bajar sus niveles de angustia, ansiedad y tener tranquilidad en la vida luego de vivir situaciones traumáticas. “Cualquiera puede caer en estas redes porque les ofrecen una serie de satisfactores ante su necesidad”, explica el psicólogo Carlos Pereira. Además la mayoría proviene de “familias dañadas” y son esos padres y madres que provocan las oportunidades para que sus hijas se conviertan en víctimas.

Si no hubiera demanda, si no hubieran hombres que pagan por sexo por las niñas y jovencitas no habrían víctimas de violencia sexual comercial, trata y tráfico de menores en Cochabamba y en cualquier lugar del mundo. En estos días la noticia mundial de relevancia son las más de 200 niñas nigerianas que fueron secuestradas por un grupo extremista que no quiere que estudien y ahora las violan a diario y venden sus cuerpos a otros hombres que pagarán por ellas con fines sexuales.

Es un secreto a voces que una niña, virgen o no, tiene que acostarse con 10 hombres y puede generar unos mil dólares por día al tratante. Además de ser un delito, también es un problema cultural y se necesitará de un largo proceso educativo para que el hombre deje de comprar chiquillas para obtener placer sexual, cuestiona el psicólogo.

Las niñas y adolescentes permanecen en el centro durante el periodo de investigación de seis meses hasta que la Fiscalía defina si el detenido va a un proceso judicial. Es el periodo de mayor vulnerabilidad para la niña recuperada, los acusados buscan oportunidades para que la víctima no pueda acusarlos. Este procedimiento debería cuidar a la víctima y no exponerla.

Muchas llegan con enfermedades de transmisión sexual y son inmediatamente atendidas; luego continúan el proceso de recuperación psicológica y psicoemocional. En algunos casos se puede trabajar con la familia para fortalecer los vínculos familiares. Sin embargo, la mayoría proviene de familias desestructuradas, disfuncionales, por lo general mono parentales donde hay violencia y maltrato, llevándolas a escapar y colocarse en situación de vulnerabilidad para la trata.

Varias niñas tienen el Síndrome de Estocolmo: la víctima raptada, por la fuerza o el engaño, por un determinado tiempo se identifica con su captor o victimador y no reconoce que era utilizada con fines sexuales comerciales. Piensan que le deben un favor a la amiga (reclutadora), amor a su chico (reclutador), compromiso con la familia para llevar dinero o recibir todo tipo de maltrato. Toma tiempo que reconozcan que estaban en estaban en una situación de violencia.

No todas pueden volver a sus casas en seis meses. “Sus familias están tan desvinculadas y no podemos devolverlas a ellas porque en un par de meses estará otra vez fuera de la familia maltratadora”, advierte la hermana Micaela. Hace 140 años nació la congregación de Madres Adoratrices para ayudar a las prostitutas en España. Hoy están en 22 países. En Bolivia se dedican a ayudar a las niñas y adolescentes víctimas de  violencia sexual comercial, trata y tráfico.

“No es que salen de aquí al paraíso, toma tiempo y años. Lo importante es que ellas regresan para visitarnos y contarnos que están mejor. El que tenga una cierta estabilidad o una pareja y no esté de mano en mano son pequeños éxitos y hay muchas chicas que sabemos están bien. Otras vuelven a buscar apoyo porque no funcionó la reinserción”, apunta la hermana.

¿Cómo te sentirías tú si estuvieras en el pellejo de esta adolescente? cuestiona la hermana Micaela. 15 ó 20 veces por día durante centenares de días sufrieron violencia sexual comercial. Es mucho dolor. Además están involucradas personas en las que confiaban. Una niña de Potosí de menos de 15 años escapa para ir a ver a su hermana a Cochabamba y se encuentra con un padrino de la familia que le promete ayuda para encontrarla pero se la lleva a La Paz, a Cochabamba, a santa Cruz y allí gana de vender su cuerpo a camioneros. Luego, su familia la trata de mentirosa. Es largo el proceso para entender lo que pasó. “No es suficiente con ser tolerante a la violencia que ha vivido. El reto es cómo ayudas a construir de nuevo esta historia de vida”.

Hay niñas y adolescentes que definitivamente no pueden volver a las “familias dañadas” que no han cambiado su forma de pensar y actuar: usar y maltratar. En otro centro, las capacitan durante un año en técnicas laborales que les permitan emprender un negocio que les dará la autonomía que necesitan. Medio centenar de niñas han retornado a sus hogares en poco tiempo y están bien. Una treintena ha pasado por un largo proceso de recuperación junto a sus familias con buenos resultados. Talleres, charlas, vistas domiciliarias, mucho esfuerzo profesional y técnico para que la familia cambie. “Es como una escuela de padres, se les enseña habilidades educativas, cómo deben comunicarse adecuadamente,  a establecer normas y límites, a sancionar sin utilizar la violencia, y atender las problemáticas de los adolescentes”.


Cuando las niñas y adolescentes cumplen su tiempo esperan que estén sanas. ¿Aquí les decimos que nada de lo vivido se olvida pero hay que acomodarlo bien entre los recuerdos para que no nos estorben para nuestro futuro. Esa es nuestra tarea diaria”.


Una versión editada se publicó en la revista Lo que se Calló, en el segundo número publicado en julio de 2014.

El documental DESAPARECIDAS  que forma parte de esta investigación ganó el concurso de reportajes audiovisuales del Proyecto SUSO II.


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