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A la izquierda Potosí y a la derecha Cochabamba, el río Caine es la frontera entre ambos departamentos...

15.4.15

Reto a la felicidad

Svetlana Salvatierra


Una bebé abandonada por su madre vuelve a ella 12 años después para convertirse en víctima de violencia sexual comercial. Su progenitora fue su tratante y su infierno durante dos años. Hoy es una quinceañera que lucha por la prevención de niñas, niños y adolescentes.   

Viste un pantalón y chompa cómodos. Su cabello está recogido en una cola. No deja de sonreír nerviosamente. Prefiere que la llamen Jasiel. Tal vez su significado “fuerza de Dios”, una traducción del hebreo, es su guía. Nació un sábado 27 de junio de 1998 en la ciudad de La Paz. Sus primeros años los pasó en la cárcel. En familia recibió cariño hasta que cumplió 13 años, un número de mala suerte dicen.

Su madre es orureña y su padre paceño. Vivieron juntos, con sus dos hermanas más, hasta que él cayó en la cárcel de San Pedro, en el 2000. Su progenitora los abandonó, excepto a su hermana mayor a la que se llevó. Jasiel tenía un año y siete meses y su hermana menor cumplía siete meses. “Ahí adentro tenía que lavar ropa y ayudar a mi papá”. La tía paterna, Bertha, la sacó del encierro. “Me encariñe con ella”, dice mientras su mirada tiene un fugaz destello de alegría. “Me hizo estudiar hasta séptimo”, curso del nivel primario.

El 17 de diciembre de 2011 su madre apareció. “Soy tu mamá” le dijo y la niña estaba ansiosa de conocer y compartir con quien la trajo al mundo sin saber lo que le esperaba. “Quería hacer la prueba de cómo era mi mamá porque yo no la conocía”. Lo primero que hizo al sacarla de su mundo familiar fue llevarla tres días al encierro carcelario de su padre. Pedir que la devuelva a la casa de su tía era provocar el grito: “!ella no te ha parido!”. Luego viajaron a Oruro donde conoció a su hermana mayor.

- “Los primeros meses me trataba bien pero se ha empezado a aburrir de mí y me decía que tenía que ir a trabajar, que ya soy una señorita y que ya no tengo que depender de ella. No me quedó otra y me fui a trabajar con un caballero que vendía tenis americanos en enero de 2012.

Suspira profundamente mientras relata las primeras semanas de convivencia con su madre. Estuvo dos meses con el vendedor a quien recuerda como un caballero que la trataba bien. “El primer mes me pagó a mí y el segundo mes no se qué le diría al caballero y le ha pagado a mi mamá. Mi primer sueldo fueron 1.200 bolivianos y la mitad le di a mi mamá y me compre cosas que necesitaba… Ropa… Ella no tenía compasión, me ha quemado toda la ropa… ¿Entonces para que hemos ido a recoger mi ropa de la casa de mi tía si me la iba a quemar?”.

- ¿Y por qué quemó tu ropa?

- Decía que me traía recuerdos, que no servían para nada y solo eran para trapear el piso… ya ni modo… le decía mami me lo vas a comprar ropa y ella respondía: “ya pero vas a trabajar”. Pasaron las semanas y luego mi mamá me obligaba a que conozca chicos y que trajera dinero a la casa. Tenía que salir a la calle cada tarde a conocer un chico junto con mi hermana mayor. “Tienes que hacer lo mismo que yo”, decía mi hermana y me presentaba a sus amigos. Ella tenía 17 años.

- ¿Cuántos años tenías en ese momento?

- 13 años. Y cuando no traía dinero no me daba comida. “Si no traes más te voy a botar afuera”.
Aprieta sus manos, retuerce sus dedos mientras recuerda este episodio. Eran días en los que debía trabajar y no iba al colegio. Esperaba la promesa de la madre de retornar a estudiar a medio año.

- ¿Y cuántos años estaba trabajando tu hermana mayor en lo que pedía tu mamá?

- Dos años (su madre la había iniciado a sus 15 años) y más porque ya había tenido su nena con mi padrastro. Mi mamá me contó la historia después. Yo me quería escapar.

En su primer día recuerda que se sintió rara. “Me decía que tenía que conseguir 200 o 300 bolivianos. Después te vas a desgastar y ahora es más fácil. Yo le sé decir que no quería hacer eso. ¡De qué crees que vamos a vivir! me respondía y le contestaba porqué no vas a trabajar tú, por algo me has recogido. Y empezaba a golpearme por discutirle. Yo no sé querer. Luego, cada vez que me reñía yo me quedaba callada, porque si le contestaba me agarraba de los cabellos y me iba a trapear por todo el piso. De ahí ya no le decía nada y hacía todo de callada”.

No habla más de ese primer día. Su rostro infantil se endurece. Por casi seis meses debía salir en la tarde y llegar a las diez de la noche con el monto exigido. Si se retrasaba más golpes la esperaban. Su hermana tenía preferencias porque llevaba más dinero y porque cuidaba a su hija. Una nieta con un futuro incierto.

Iban al mercado Bolívar donde llegan los jóvenes del campo. Su hermana empezaba a molestarlos, tenía algunos conocidos. A veces iban a tomar y les sacaban dinero. En ese lugar no había otras niñas y adolescentes que hiciesen el mismo trabajo. La zona roja está ubicada en la zona norte de Oruro. “Ahí están las damas de compañía y todo eso. Nosotras sólo buscamos chicos de necesidades de unos 18 años”.

Jasiel empieza a descubrir que tiene carácter. A fines de marzo del año pasado trabajó dos semanas como mesera en un pequeño restaurante de venta de pollo frito y conoció a un chico: “yo solo quería enamorar, nada más que eso”. Le pareció buena persona, aunque admite que no le gustaba mucho. “Se lo tomó en serio y se declaró con muchas palabras y lo acepté”. Su madre la obligó a juntarse. “Una semana hemos vivido bien y la otra, gracias a mi mamá, el chico me golpeó. Lo riñó y se escapó a Cochabamba. Todas las cosas que tenía, se las agarró ella”.

Y llegó el 27 de mayo. Fueron a visitar a su abuela materna en Oruro. Cumpliendo el capricho de su madre sale a comprar locoto. En la tienda cercana no había el picante producto y va al mercado cercano. Tardó. Al regresar la asaltaron los insultos, la jalada de cabellos y patadas que dejaron verdes sus piernas. Toma aire y no puede evitar que una lágrima caiga sobre su mejilla pero se la quita rápidamente. “La Jasiel se ha ido con sus machos, por eso se ha tardado y le he pegado” dijo la madre. Sin preguntar, la abuela y otra tía se lanzaron a darle más golpes. Luego la mandaron a ordenar y limpiar la casa. “Tengo que vivir”, repetía en silencio. Espero y más tarde pidió a su progenitora que le regale Bs 1.50, dinero para ir a la escuela nocturna a la que hace poco había ingresado. Asistió a clases pero en su mente estaba en otro lugar. Salió del colegio. “Porque me voy a arruinar la vida con mi mamá, si yo puedo salir adelante” y se fue la Terminal de Buses de Oruro. Le quedaban cincuenta centavos. Durmió allí esa noche. Al día siguiente estaría en La Paz, en la casa de su “mamá Bertha”.

- ¿Cómo pagaste el bus (el pasaje a La Paz vale unos Bs 30)?

- Me fui al rincón del bus para que no me vean. Ahí me quede. Vi que mi mamá y mi hermana estaban bien felices cuando pasábamos por la avenida, cerca de donde vive mi abuela. Seguro que les he quitado un peso de encima pensé… (y otra lágrima cae en su mejilla). En la tranca (donde los buses pagan peaje) les sé decir: sé oral… para que no me agarren (se quiebra su voz). Tuve suerte que no había control de los policías. Llegué a La Paz. (Las lágrimas la ganan).

En la Terminal de La Paz pidió limosna. Consiguió el peso que le faltaba para ir a una de las laderas paceñas. Espero hasta la noche. Su tía la volvió a acoger. Pasaron tres semanas y una llamada la vuelve a intranquilizar. Su madre preguntaba por ella. A pesar de que le negaron su presencia, una semana después apareció acompañada de una funcionaria de la Defensoría de la Niñez. “Me puse a llorar y le dije que no quería ir con ella. Tanto me pegabas, porque dices que soy tu hija, si me sabías botar, me decías me arrepiento de haberte recogido, para que has vivido, debías morirte. Por qué dices que soy tu hija”.

No esperaron a que vuelva su tía. Su hermana mayor quería que se escape, pero Jasiel sólo corrió a la movilidad de la Defensoría de la Niñez. Ante el psicólogo de la institución tuvo que declarar todo lo que le había pasado. La enviaron a la Línea 156, albergue transitorio que depende de la Alcaldía de La Paz. Está ubicado en la calle Chuquisaca. “Fue inaugurado el 2005 para cobijar a niños, niñas y adolescentes víctimas de violencia intrafamiliar. En estos cinco años de funcionamiento atendió a 16.115 menores”, se lee en el portal www.lapaz.bo.

Entró el 19 de junio a la Línea 156. El 27 de junio cumplió 15 años y se sentía frustrada y encerrada. “Había que levantarse a las seis, irse a lavar, entrar a desayunar, lavarse los dientes, bajar a hacer dinámicas, subir, lavar nuestras ropas interiores, medias, bajar a hacer actividades, subir, almorzar, lavarse los dientes, peinarse, bajar, hacer actividades, subir, tomar té, bajar a hacer actividades, subir a cenar, a cepillarse los dientes e irse a dormir”. Las actividades eran apoyo a las conocimientos de las materias de matemáticas, lenguaje, sociales, naturales. No podían ir al colegio. No podía ver a sus familiares. Empezó a rascarse las piernas. Otro incidente la molestó y entristeció: en una visita de su tía, a la que no dejaron verla, le había dejado un paquete de ropa interior pero se lo entregaron dos meses después.

La derivan al establecimiento de la Fundación Munasim Kullakita. Para Jasiel, el 27 de agosto de 2013 fue llegar a un nuevo hogar. “Viene mi defensora y mi psicóloga y me hacen la evaluación y les digo que estoy bien. Es la verdad, estoy bien. No me falta nada. Tengo la confianza de los educadores y yo misma me la he tenido que ganar”.

Las reglas son simples: buen trato, respeto, no insultar y comunicarse entre ellas como hermanas. Sin embargo, cuando la tristeza regresa Jasiel debe hablar con la psicóloga. En estos ocho meses ha logrado obtener tres certificados: uno de gastronomía, otro de repostería navideña y de computación. “Nos despertamos a las 6.30, hago mi cuarto, me cambio mi pijama, barro si me toca. A las siete escuchamos noticias. Pienso en mi reto, vamos a desayunar. Nos lavamos los dientes, vamos a la sala de actividades, hacemos nuestro encuentro en el cual debemos tener una noticia, nuestro reto y pensar en una frase. Tenemos el refrigero. Hacemos actividades con los italianos (cooperantes de la fundación). Almorzamos. Luego pasamos a aula libre que es como colegio porque los profesores vienen a dar clases de las materias que nos tocan. El hogar nos dice que no nos quedemos en el fondo y que siempre seamos mejores”.

Comparte el dormitorio con tres hermanas de 12, 15 y 17. Su sueño es salir profesional, especializarse en gastronomía. El chef que les da clases la impulsa y sus compañeras dicen que cocina rico. También busca la forma de tener la visita de su hermana menor, a la que su madre intentó hace poco llevársela a Oruro. Y sus ganas de salir adelante le permitieron ser parte de los adolescentes que buscan cambiar a El Alto.

-¿Te gustó participar en la elaboración de la Carta Orgánica de El Alto?

- Me han elegido porque se expresarme gracias al equipo de los educadores. Con mi otra compañera fuimos a un encuentro dando nuestras ideas en las mesas de trabajo sobre cosas no nos gustaban y lo que falta a la ciudad y el municipio. Yo he propuesto la violencia sexual comercial. Nos preguntaron quienes iban a exponer de nuestra mesa y fuimos tres. No suponíamos que íbamos a ser parte del Comité Impulsor. Nos sentimos felices y orgullosas de que entre nuestra propuesta.

-¿Puedes explicarnos qué es violencia sexual comercial?

- Es… si es que hay una niña que va a comprar algo y de pronto la raptan y la llevan a un alojamiento y venden su cuerpo sin que ella quiera o las niñas que van a las calles y ellas mismas tiene la necesidad de vender su cuerpo, eso es violencia sexual comercial; donde los grandes compran sus cuerpos. Ahora para las nuevas leyes hemos pedido que se cierren los bares, discotecas, que haya más restricción, que pidan células de identidad, que dejen de meter a menores de edad en los alojamientos. Hay alojamientos que funcionan de prostíbulos y ahí hacen vender sus cuerpos a las chicas que no quieren.

- ¿Que les aconsejarías a las niñas que están en riesgo?

- Si están sufriendo esta situación que no se callen, que denuncien, si se quedan calladas les va ir peor. Y es más doloroso cuando no ves a tu familia. Que no se callen que no siempre la vida es hundirse sino salir, tener una meta, una profesión y demostrar que sí podemos salir adelante.

- ¿Y para mañana cuál va a ser tu reto?


- Ser feliz. Mañana es otro día. Y cada día debo ponerme un reto diferente para cumplir.



Una versión editada se publicó en la revista Lo que se Calló, en el segundo número publicado en julio de 2014.

El documental DESAPARECIDAS  que forma parte de esta investigación ganó el concurso de reportajes audiovisuales del Proyecto SUSO II.

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