Svetlana Salvatierra
Es un sábado soleado. No es fácil dar con Sayari
Warmi, nombre cuya traducción del quechua es Levántate Mujer. Es el único centro
transitorio de apoyo a víctimas de violencia sexual comercial y de trata y
tráfico sexual de menores de edad en Cochabamba. No son niñas ni adolescentes
en situación de calle con problemas de consumo de alcohol y drogas y tampoco
son prostitutas ni trabajadoras sexuales.
Ya pasaron cuatro años desde que colocaron alambre
de púas en todas las paredes. Evitar fugas o el ingreso de ladrones comunes no
es el objetivo. Protegen un tesoro invaluable: niñas y adolescentes rescatadas
en operativos policiales de las manos de quienes comercializaban sus pequeños
cuerpos a hombres que pagaban por sexo con chiquillas.
La fachada de la casa no tiene cartel ni
número, es otra forma de protección. Los detenidos en las redadas policiales no
están solos y sus cómplices (no podrían llamarse de otra manera) son los que
tratan de robar a las niñas rescatadas. Creen que si no hay prueba del delito
entonces no habrá investigación y si recuperan el tesoro podrán seguir lucrando
con ellas y obtener hasta mil dólares por día de los hombres que pagan por
menores de edad. Acción penada por ley.
Se abre la puerta y una de las educadoras
permite el ingreso previamente concertado. Una hora después de la entrevista con
la hermana Micaela, de la congregación Adoratrices, y con el psicólogo, Carlos
Pereira, dan el permiso para visitar las instalaciones pero aún no para
conversar con las niñas. Orden y limpieza destacan en la sala de visitas, en
los dormitorios y baños compartidos, cocina y lavandería. Ellas están
descansando y viendo televisión en una sala común al lado del aula de
computación. El recorrido termina en otra aula donde aprenden a hacer
artesanías y reciclar papel y telas para elaborar delicadas cajas y adornos.
Aceptan el pedido de sacar fotos a las
manos de las niñas mostrando sus trabajos artesanales. Luego de largos minutos
un grupo de ellas entra y llena de risas el lugar; cuentan y muestran con
orgullo lo que han estado haciendo. Se aseguran de que no saldrán en las fotos
y piden verlas. Su deseo es cumplido. Sus novelas favoritas son las coreanas.
Llaman pochochas a las gatas que viven en la casa. Vuelven a mostrar la
capilla, la cocina, sus dormitorios y baños. “Ven, todo está ordenado”, repiten
con orgullo. Saben que no tienen permiso de ingresar a otros dormitorios que no sea el suyo; pero hoy
son pocos minutos y se les permite porque acompañan al fotógrafo. Piden mostrar
algunos de sus dibujos y quieren fotos de todos ellos, un deseo que no será satisfecho.
Varios dibujos son demasiado íntimos y reflejan la violencia que vivieron. Deben
volver a la sala común. Con fuertes y largos abrazos termina la visita a las niñas
que rondan los quince abriles.
Hecha la ley, hecha la trampa. Desde el 2009, Sayari Warmi atendió a unas 200 chiquillas pero ninguno de sus casos llegó a juicio. Los motivos pueden inferirse: siguen las investigaciones, hay burocracia para las notificaciones, faltan pruebas, faltan recursos para investigar, hay exceso de trabajo de las autoridades policiales y judiciales, etc. Mientras tanto, las chiquillas aprenden a construir sus vidas sin violencia sexual y maltrato familiar y son protegidas con acciones educativas que les ayudan a bajar sus niveles de angustia, ansiedad y tener tranquilidad en la vida luego de vivir situaciones traumáticas. “Cualquiera puede caer en estas redes porque les ofrecen una serie de satisfactores ante su necesidad”, explica el psicólogo Carlos Pereira. Además la mayoría proviene de “familias dañadas” y son esos padres y madres que provocan las oportunidades para que sus hijas se conviertan en víctimas.
Si no hubiera demanda, si no hubieran
hombres que pagan por sexo por las niñas y jovencitas no habrían víctimas de
violencia sexual comercial, trata y tráfico de menores en Cochabamba y en
cualquier lugar del mundo. En estos días la noticia mundial de relevancia son
las más de 200 niñas nigerianas que fueron secuestradas por un grupo extremista
que no quiere que estudien y ahora las violan a diario y venden sus cuerpos a
otros hombres que pagarán por ellas con fines sexuales.
Es un secreto a voces que una niña, virgen
o no, tiene que acostarse con 10 hombres y puede generar unos mil dólares por
día al tratante. Además de ser un delito, también es un problema cultural y se
necesitará de un largo proceso educativo para que el hombre deje de comprar
chiquillas para obtener placer sexual, cuestiona el psicólogo.
Las niñas y adolescentes permanecen en el
centro durante el periodo de investigación de seis meses hasta que la Fiscalía defina
si el detenido va a un proceso judicial. Es el periodo de mayor vulnerabilidad
para la niña recuperada, los acusados buscan oportunidades para que la víctima
no pueda acusarlos. Este procedimiento debería cuidar a la víctima y no
exponerla.
Muchas llegan con enfermedades de
transmisión sexual y son inmediatamente atendidas; luego continúan el proceso
de recuperación psicológica y psicoemocional. En algunos casos se puede trabajar
con la familia para fortalecer los vínculos familiares. Sin embargo, la mayoría
proviene de familias desestructuradas, disfuncionales, por lo general mono
parentales donde hay violencia y maltrato, llevándolas a escapar y colocarse en
situación de vulnerabilidad para la trata.
Varias niñas tienen el Síndrome de Estocolmo:
la víctima raptada, por la fuerza o el engaño, por un determinado tiempo se
identifica con su captor o victimador y no reconoce que era utilizada con fines
sexuales comerciales. Piensan que le deben un favor a la amiga (reclutadora),
amor a su chico (reclutador), compromiso con la familia para llevar dinero o
recibir todo tipo de maltrato. Toma tiempo que reconozcan que estaban en estaban
en una situación de violencia.
No todas pueden volver a sus casas en seis
meses. “Sus familias están tan desvinculadas y no podemos devolverlas a ellas porque
en un par de meses estará otra vez fuera de la familia maltratadora”, advierte
la hermana Micaela. Hace 140 años nació la congregación de Madres Adoratrices
para ayudar a las prostitutas en España. Hoy están en 22 países. En Bolivia se
dedican a ayudar a las niñas y adolescentes víctimas de violencia sexual comercial, trata y tráfico.
“No es que salen de aquí al paraíso, toma
tiempo y años. Lo importante es que ellas regresan para visitarnos y contarnos
que están mejor. El que tenga una cierta estabilidad o una pareja y no esté de
mano en mano son pequeños éxitos y hay muchas chicas que sabemos están bien.
Otras vuelven a buscar apoyo porque no funcionó la reinserción”, apunta la
hermana.
¿Cómo te sentirías tú si estuvieras en el
pellejo de esta adolescente? cuestiona la hermana Micaela. 15 ó 20 veces por
día durante centenares de días sufrieron violencia sexual comercial. Es mucho
dolor. Además están involucradas personas en las que confiaban. Una niña de Potosí
de menos de 15 años escapa para ir a ver a su hermana a Cochabamba y se
encuentra con un padrino de la familia que le promete ayuda para encontrarla pero
se la lleva a La Paz, a Cochabamba, a santa Cruz y allí gana de vender su cuerpo
a camioneros. Luego, su familia la trata de mentirosa. Es largo el proceso para
entender lo que pasó. “No es suficiente con ser tolerante a la violencia que ha
vivido. El reto es cómo ayudas a construir de nuevo esta historia de vida”.
Hay niñas y adolescentes que definitivamente
no pueden volver a las “familias dañadas” que no han cambiado su forma de
pensar y actuar: usar y maltratar. En otro centro, las capacitan durante un año
en técnicas laborales que les permitan emprender un negocio que les dará la autonomía
que necesitan. Medio centenar de niñas han retornado a sus hogares en poco
tiempo y están bien. Una treintena ha pasado por un largo proceso de
recuperación junto a sus familias con buenos resultados. Talleres, charlas, vistas
domiciliarias, mucho esfuerzo profesional y técnico para que la familia cambie.
“Es como una escuela de padres, se les enseña habilidades educativas, cómo
deben comunicarse adecuadamente, a
establecer normas y límites, a sancionar sin utilizar la violencia, y atender
las problemáticas de los adolescentes”.
Cuando las niñas y adolescentes cumplen su
tiempo esperan que estén sanas. ¿Aquí les decimos que nada de lo vivido se
olvida pero hay que acomodarlo bien entre los recuerdos para que no nos
estorben para nuestro futuro. Esa es nuestra tarea diaria”.
Una versión editada se publicó en la revista Lo que se Calló, en el segundo número publicado en julio de 2014.
El documental DESAPARECIDAS que forma parte de esta investigación ganó el concurso de reportajes audiovisuales del Proyecto SUSO II.
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