La columna Raíces y antenas del economista Gonzalo Chávez, publicada el domingo 18 de diciembre 2010, en Página Siete
En estos tiempos, los economistas somos muy poco comprendidos. Somos objeto de ataques ponzoñosos, viles indiferencias y arteras acusaciones. Por un lado, neoliberales vende patria, por otro, populistas incompetentes. Se nos atribuye frialdad y racionalidad tanto en nuestros análisis como decisiones. Mujeres y hombres sin músculos en la cara, es decir, cara de kullos. Pero se equivocan redondamente nuestros detractores; podemos ser seres tiernos, sensibles e incluso románticos. Además, todo ser humano lleva un economista en el alma.
¿Quiere despertar el espíritu sensible de un economista aprovechando la llegada de las fiestas de fin de año? Pues abrace a un economista, mejor si es del Gobierno y agradézcale, por una Navidad llena de productos importados chinos, al Papá Noel que apreció el tipo de cambio.
A continuación le sugiero algunos piropos natalitos para este sufrido grupo. A un economista del oficialismo le puede decir: “A pesar de la inflación elevada de este año (casi 6%), aún continúo en tu curva de oferta” o podría decirle: “Tu crecimiento económico enano y sin empleo no disminuye mi sed de cambio, pero no te esperaré toda la vida, más te vale tomar un viagra económico, ya me cansé de tu blablabla revolucionario”.
¿Le apetece algo más picante? Si tiene usted a un neoliberal a su frente, pues mírele a los ojos y dígale: “Tus manos invisibles equilibran mi oferta y demanda”. O algo dulcemente keynesiano para la medianoche del último día del año. “Tú despiertas el espíritu animal que vive en mí”. Los economistas neopopulistas, ahora en el árbol del poder, son más blandengues a los halagos. Se les chorrean las medias si les dice: “No sabe el estado en que me ha dejado la intervención de tu Estado, pero parece que no es sostenible”. Se les inflan sus pechos de humintas recién horneadas si se les dice: Si cocinas como gastas. ¡Qué barbaridad! Algo más contunde para un economista en trance revolucionario es: “Tu inflación me es indiferente, seguí gastando joven hecho al cambiadorcito, a ver si se doblegan mis curvas de demanda”. O para los que tienen mentalidad autoritaria y admiran Cuba. “¿Patria o Muerte? ¡Gastaremos!”.
Los piropos le saldrán más naturalmente si descubre al economista que vive en usted. Si con frecuencia se hace la siguiente pregunta: ¿qué puedo hacer para que mi salario me alcance hasta fin de mes, ahora que la inflación de alimentos puede que llegue al 10% de mano de los súper catedráticos del Gobierno? Tenga seguridad que es su otro yo-economista que le habla y está buscando maximizar su bienestar dada su restricción presupuestaria.
En cristiano, es el economista que vive en usted que lo está ayudando a sobrevivir. Verificará que el razonamiento de cómo hacer alcanzar la plata para cumplir deseos materias y espirituales se repite en varias ocasiones; por ejemplo, en el mercado, cuando va al Miamicito a comprar un regalito navideño, o a tiempo de tomarse unas chelas en su boliche preferido. En este último caso es preferible que el economista que vive en usted sea más neoliberal y controle los gastos con férrea disciplina, antes que un keynesiano despilfarrador. Rece que su “satuco economista” no aparezca, después de las diez de la noche, le puede costar una crisis financiera y una sentada en un bañador de agua fría al volver a casa, para ver si flotan o se hunden.
A la hora de enamorarse también puede salir el economista que a uno lo habita. Un libro de cabecera para afrontar este momento es Microeconomía del Amor escrito por David de Ugalde. En general, cuando Cupido flota en el aire, cuidado con pensar que se encuentra en un mercado competitivo y con información perfecta, donde las condiciones de oferta y demanda son iguales. No se equivoque.
El mercado del amor está lleno de fallas e imperfecciones. Primero, no existe asimetría de la información entre los ofertantes y demandantes. Es difícil encontrar la media naranja, cuando el resto es toronja o lima. Segundo, las expectativas no son racionales por razones obvias, a la hora de intercambiar curvas. Tercero, alguien puede actuar de manera monopólica en el amor y mich’arse con sus cariños y apropiarse del excedente del enamorado o del consumidor.
Ahí su economista que lleva en el alma sufrirá en el valle de lágrimas de la incertidumbre. Y no piense que la intervención de la suegra-estado puede corregir estas imperfecciones de mercado. Todo lo contrario, puede agravarlas. En estas situaciones, el economista que uno espera que aparezca es el institucionalista, quien le aconsejará exigir, en la relación, certidumbre en las reglas de juego e incertidumbre en los resultados.
Este fin de año adopte un economista o descubra al economista que lleva dentro. Ésta es mi última columna y recomendación del año. Me voy de vacaciones, estaré de vuelta en este mismo bati-periódico a mediados de enero, salvo que tenga que responder a alguien que insista en decir que en Bolivia no hay enfermedad holandesa. Feliz Navidad y un año nuevo maldito, acompañado de un(a) economista en su hamaca.
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