La agroecología, un
modelo de desarrollo agrícola sostenible, se aplica desde hace unos 15
años en el altiplano paceño con participación de la comunidad y
autoridades locales con el fin de fortalecer la seguridad alimentaria y
enfrentar al minifundio.
El método, aplicado por el Centro de Investigación y Promoción del
Campesinado (Cipca) Altiplano en consenso con los productores, da
frutos: los ingresos de los campesinos, que son permanentemente
capacitados, mejoran y además obtienen mercadería excedente para su
comercialización.
La
institución trabaja hace 15 años con los agricultores en la recuperación
de prácticas ancestrales (sukakollos o terrazas) y la aplicación de
innovaciones tecnológicas (riego por aspersión, goteo, atajados) para
evitar dañar el suelo con agroquímicos y pesticidas, explica Ángel
Mendoza, técnico de Cipca Altiplano.
Otra característica de la agroecología es la rotación de cultivos, algo
imprescindible, así como el uso de abonos ecológicos y de sistemas de
microrriego, enfatiza su colega Angélica López. “Hay que hacer un
aprovechamiento sostenible del recurso hídrico, porque disminuyó su
caudal”, detalla por su lado Luis Ortuño.
En Ancoraimes, San Andrés de Machaca, Taraco, Colquencha y Calamarca,
agricultores, en coordinación con sus autoridades locales, asociaciones
de productores, sindicatos y ayllus, avanzan en la producción
agroecológica para mejorar sus cultivos, el nivel de nutrición de los
productos que adquieren y obtener excedentes.
El Cipca estableció que los ingresos familiares van en alza y que la
producción de papa, tarwi, arveja, haba, forraje y de verduras de carpas
solares familiares logra excedentes que se pueden ofertar a los vecinos
o en ferias locales.
Hoy, el ingreso familiar llega a 3.000 dólares al año (el máximo), o sea
Bs 20.880, valor que dividido entre 12 meses representa un valor
mensual de Bs 1.740, superior al salario mínimo nacional (de Bs
1.200). “Por eso pensamos que con el enfoque agroecológico podemos hacer
de esa pequeña parcela más productiva y sostenible”, apunta Eduardo
Acevedo, director del Cipca Altiplano.
En su criterio, existe una vasta legislación nacional, la Constitución y
diversas leyes, que apoyan la producción agroecológica, pero advierte
una especie de contradicción con la realidad. “Un ejemplo: no hay una
instancia en los mercados locales que regule el uso de agroquímicos que
afectan a la producción agroecológica”.
Si bien los abonos químicos ayudan a la producción en los primeros
años, luego la tierra se desgasta y necesita de más químicos y
pesticidas para eliminar nuevas plagas, el círculo se complica y la
productividad baja. Más aún en las pequeñas parcelas.
“Después de la Reforma Agraria (1953), en el altiplano se fue dando el
minifundio y ello afecta a la productividad; cada año que pasa hay más
movilidad poblacional, migración temporal, porque la pequeña parcela no
abastece para que la gente viva bien”, señala Acevedo. Explica que “el
papá recibió cierta cantidad de hectáreas que la dividió entre sus hijos
y éstos a los suyos. Es un tema cultural y también legal (herederos)
por el que la familia fue subdividiendo la tierra. Ahora es indivisible,
pero los hijos lo hacen”.
Estado. En el Altiplano Norte hay más minifundio que en el Altiplano
Sur. Por ejemplo, en Ancoraimes una parcela no supera los 3.000 o 4.000
m2 (una hectárea tiene 10.000 m2). En San Andrés tienen 15 o 20
hectáreas, pero no es tierra productiva, aclara. Sirve para ganadería
camélida y pastoreo. A orillas del lago Titicaca hay parcelas que no
llegan a cuarta hectárea.
En Villa Serrano (Chuquisaca), las familias poseen, en promedio, de dos
a cinco hectáreas cultivables y diez en descanso destinadas al
pastoreo. La falta de tierras para agropecuaria, sumada a las
condiciones adversas de baja fertilidad, deterioro paulatino por la
sobreexplotación y débil coordinación interinstitucional para dar
respuesta a las demandas de la población, entre otros, ponen en
evidencia la persistencia del minifundio, revela Rossmary Jaldín,
investigadora de la Fundación Tierra en su estudio La persistencia del
minifundio.
Alimentación cambia con producción sin agroquímicos
La coordinación entre asociaciones y gobiernos locales es un desafío
En cinco municipios del altiplano paceño, familias de campesinos
transforman su base productiva con un manejo sostenible del suelo y de
los recursos naturales. De esta forma, sus cultivos les permiten
alimentarse con productos que no tienen químicos y vender sus excedentes
en los mercados locales.
En el altiplano, la agricultura y agropecuaria enfrentan constantemente
los riesgos climáticos; “la sequía y las bajas temperaturas combinadas
con la baja fertilidad durante la época de crecimiento dan como
resultado rendimientos bajos”, precisa la técnica de Cipca Altiplano,
Angélica López.
Para
enfrentar esta situación, las familias están conscientes de que la
producción agropecuaria está seriamente afectada y que les genera
situaciones de inseguridad alimentaria y de riesgos en la salud y
nutrición humana.
Con
la capacitación de Cipca Altiplano están respondiendo a esos cambios con
sus prácticas tradicionales para cultivar y obtener agua; además están
introduciendo nuevas prácticas. “Las cuales se relacionan con el manejo
de bioindicadores, acciones de prevención de riesgos y adaptación a los
cambios en el clima”, apunta la técnica que trabaja con estas familias
campesinas.
En estas
regiones, los sistemas alimentarios debido al bajo nivel tecnológico de
sus economías, al tamaño de la propiedad agrícola y al bajo nivel de
diversificación económica, reflejan “altos niveles de subnutrición en
las madres y niños y en altos niveles de mortalidad infantil”. López
subraya que la acción concertada con campesinos indígenas y sus
organizaciones permite orientar y avanzar en el enfoque agroecológico de
desarrollo rural.
Svetlana Salvatierra. Publicado en El Financiero 7 de julio, 2013
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