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12.1.11

Con la libertad de mercado todavía se puede alimentar al mundo

Por Robert Zoellick
El autor es el presidente del Grupo del Banco Mundial.Este artículo apareció publicado por primera vez en The Financial Times el 6 de enero de 2011.

Nicolas Sarkozy, presidente de Francia, consideró acertadamente a la volatilidad de los precios de los alimentos como el tema prioritario para su país mientras ejerza este año la presidencia del Grupo de los 20 (G-20), que reúne a las principales economías del mundo. Las cifras dadas a conocer el miércoles por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación muestran que los costos de un conjunto de productos básicos ya han superado los valores máximos alcanzados en 2008. Puesto que los alimentos representan una proporción considerable y volátil de los ajustados presupuestos familiares en los países más pobres, el aumento de precios está volviendo a surgir como una amenaza al crecimiento y la estabilidad social en todo el mundo.

Cuando los precios de los alimentos básicos se encarecen, los pobres son los que llevan la peor parte. Si no se toman medidas a nivel mundial, los habitantes de los países pobres se verán privados de alimentos nutritivos en cantidad suficiente, lo que acarreará consecuencias trágicas para las personas y para la prosperidad futura de sus países. El G-20 debería ponerse de acuerdo para dar prioridad a los alimentos, porque estos son la esencia de la vida y porque las medidas concretas que encare el G-20 podrían contribuir a generar un cambio real para cientos de millones de personas.
El objetivo general debería ser garantizar que los países y los grupos más vulnerables dejaran de tener vedado el acceso a los alimentos nutritivos. El G-20 puede lograr esto, siempre que se adopten las siguientes medidas prácticas interrelacionadas:

Incrementar el acceso público a la información sobre la calidad y la cantidad de las reservas de cereales. La información más precisa tranquiliza a los mercados y ayuda a calmar las alzas abruptas de precios inducidas por el pánico. Las instituciones multilaterales podrían ayudar a detectar modos de incrementar la transparencia.

Mejorar el seguimiento y los pronósticos meteorológicos de largo alcance, en especial en África. Los pronósticos meteorológicos precisos de largo alcance son una herramienta que los agricultores y los compradores del mundo desarrollado dan por sentado. En los países pobres, donde los rendimientos dependen de la lluvia, las proyecciones deficientes acerca de los cultivos agudizan las fluctuaciones de precios. De contar con pronósticos meteorológicos más certeros, las personas podrían planificar con anticipación, lo que ayudaría a prever las necesidades de asistencia. La Organización Meteorológica Mundial y el Banco Mundial ya están trabajando en esto, pero hace falta más ayuda.

Profundizar nuestros conocimientos sobre la relación entre los precios internacionales y los precios locales en los países pobres. Factores tales como los costos de transporte, las clases de cultivos y los tipos de cambio pueden provocar que los precios locales pierdan la vinculación con los internacionales. En Camboya, a mediados de 2009 los precios del arroz se correspondían con los internacionales, pero mientras los precios locales han aumentado una cuarta parte desde entonces, los internacionales han disminuido un 15%. La labor en este ámbito podría centrarse primero en los productos básicos y los países con más riesgo de padecer volatilidad.

Establecer pequeñas reservas humanitarias regionales en zonas propensas a desastres y con infraestructura deficiente. Las reservas cuantiosas pueden tener costos muy elevados, degradarse con facilidad y perjudicar a los productores. Pero en sitios donde es probable que vuelvan a producirse crisis de alimentos y donde las vías de transporte son precarias, como en el Cuerno de África, las reservas estratégicas pequeñas y emplazadas con anticipación permitirían hacer llegar alimentos con rapidez a quienes padecen hambre, probablemente a un costo menor. El Programa Mundial de Alimentos (PMA) podría administrar este sistema.

Ponerse de acuerdo en un código de conducta para que los alimentos destinados a la ayuda humanitaria queden exceptuados de las prohibiciones a la exportación. Las restricciones a la exportación acentúan la volatilidad de los precios de los alimentos. Idealmente, los países no deberían imponer prohibiciones a la exportación; en 2010, deberían al menos ponerse de acuerdo para permitir que los alimentos con fines humanitarios circulen libremente.

Garantizar redes de protección social eficaces. Es fundamental que protejamos a los grupos más vulnerables de la población, como las mujeres embarazadas, las madres que amamantan y los niños menores de dos años. Debemos establecer un vínculo entre la agricultura y la nutrición, y ayudar a los países para que puedan ocuparse de los más necesitados a un costo razonable.

Brindar a los países acceso a financiamiento de rápido desembolso, como alternativa a las prohibiciones a la exportación o la fijación de precios. Para ayudar a los países a evitar políticas que perjudiquen a sus propios productores agrícolas y a las naciones vecinas, debemos ofrecer alternativas confiables e inmediatas adaptadas a las necesidades locales. El Banco Mundial ha creado un mecanismo de respuesta a la crisis a través de la Asociación Internacional de Fomento (AIF), su fondo de US$49 000 millones destinado a los países más pobres, y ha puesto en marcha un fondo para dar una respuesta inmediata en materia de seguridad alimentaria, pero también podríamos analizar la posibilidad de ofrecer líneas de crédito o préstamos que permitan suspender o extender el reembolso durante las crisis de precios.

Desarrollar una gran variedad de nuevos productos de gestión de riesgos. En algunos casos, las herramientas más útiles podrían ser un seguro contra riesgos climáticos o basado en los índices de lluvia; en otros, se podría ofrecer cobertura contra los aumentos del precio de la energía para que los costos del transporte y de los insumos se mantengan en niveles bajos.

Ayudar a los pequeños agricultores para que puedan contribuir en mayor medida a solucionar los problemas relacionados con la seguridad alimentaria. El 86% de los alimentos básicos de las zonas pobres proviene de fuentes locales, por lo que el apoyo a los esfuerzos de los países por promover la actividad de los pequeños agricultores resulta fundamental. Una medida concreta sería que el G-20 ayudara a los agricultores a beneficiarse con las licitaciones para la compra de alimentos llevadas a cabo por las entidades de ayuda humanitaria, como el PMA. Esto puede requerir flexibilidad para que los beneficios en términos de desarrollo, como la consolidación de los mercados locales, se tengan en cuenta a la hora de decidir sobre las contrataciones. En Sudán meridional podría llevarse a cabo un proyecto piloto.

La respuesta a la volatilidad del precio de los alimentos no consiste en combatir o bloquear los mercados, sino en aprovecharlos mejor. Al dotar de medios a los pobres, el G-20 puede adoptar medidas prácticas encaminadas a asegurar la disponibilidad de alimentos nutritivos. Sarkozy ha demostrado liderazgo al incluir esta cuestión en el programa del G-20; ahora es el G-20 el que debe actuar para dar prioridad a los alimentos.

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